A jugar y leer

Marianela Alegre. Santotomesina. Contadora pública de profesión. Contadora de historias por vocación.

Literatura11/05/2025Valeria ElíasValeria Elías

Literatura infantil y por la inclusión. Novelista. Dramaturga. A veces poeta.                                                                                IG: https://www.instagram.com/marianela.alegre.3/ y mi blog: https://marianelaalegre.blogspot.com/

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Su obra

La hamaca 

Amadeo se sienta en el patio de su casa sobre el pasto tierno.
A veces se mece lento, tan tan lento que parece que está quieto. 
A veces arranca yuyitos y los arroja al aire para ver cómo suben, y ver cómo bajan.
A veces, con su camión de constructor, hace pozos para atravesar el mundo hasta el otro lado. 
A veces dibuja, a veces canta, a veces mira cómo el sol ilumina todas las cosas.
A veces el viento juega con sus rulos negros y Amadeo se ríe. 
Una tarde, sentado como de costumbre sobre el pasto tierno del patio, Amadeo vio una hormiga cargando una hoja de menta. 
La hormiga se trepó a su pie, se sentó en el dedo gordo, lo miró un ratito y mordió la hojita.
—¿Querés? —dijo la hormiga—. Está jugosa y picante.
—No me gusta el picante —contestó Amadeo.
—Te puedo traer el pétalo de una flor. Los pétalos son dulces —ofreció la hormiga.
—No me gustan los dulces —respondió Amadeo.
—Tu voz suena como la de un robot. Es linda —dijo la hormiga. Mordió otra vez la hoja de menta y agregó—. Si te gustan las cosas saladas te puedo traer un granito de tierra, o algo mejor, la cabeza de una lombriz que encontré ayer por allá. 
La hormiga señaló el gran sauce del patio.
—Tu voz es finita, es campanitas. Es linda —respondió Amadeo mirando la hamaca. 

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Ilustradora Pattie Rodelli

La hamaca de Amadeo es de madera. La construyó su papá y la colgó con cadenas plateadas de la rama más fuerte del sauce. 
Amadeo se levantó. Dio un paso, dio otro paso más, corrió rápido muy rápido hasta el árbol y se sentó en la hamaca. 
 —¡¡CASI ME TIRÁS AL SUELO!! —reprochó aterrada la hormiga— ¡Las hormigas nos podemos romper si caemos al suelo desde muy alto!
Amadeo gritó. Gritó AYUDA AYUDA AYUDA, y se golpeó la cabeza con las manos abiertas.
—No quise gritarte. Perdoname, me asusté —suplicó triste la hormiga.
—No me gustan los gritos porque en mi cabeza parecen truenos y relámpagos y sirenas y el sonido de las trompas de mil elefantes y llamaradas también —dijo Amadeo, calmándose. 
Amadeo y la hormiga se hamacaron un rato. La hormiga decía: ¡Más alto, más alto! Y cantaba ¡Aauuiiiii! ¡Aauuiiiii! en cada subida, y cantaba ¡Aauuiiiii! ¡Aauuiiiii! en cada bajada. También decía ¡Qué lindo! ¡Qué lindo! ¡Yuuuupiiiii!
Amadeo no decía nada. Miraba el cielo. Cuando subía lo veía cerca. Cuando bajaba lo veía lejos. 
Cuando la hamaca iba hacia atrás veía el pasto salpicado de florecitas silvestres pasar rápido bajo sus pies descalzos. 
Si bajaba la cabeza veía la hormiga agarrada con dos patitas al dedo gordo de su pie, y veía las otras cuatro patitas flotando en el aire. 
Veía al gato del vecino caminar por la pared del patio que separa las casas, y veía a Papá asomado a la ventada de su taller de carpintero, mirándolo.
 —Nube. Flor. Nube. Flor. Nube. Gato —decía Amadeo. 
—Es el gato del vecino, se llama Firu. No le gustan las hojas de menta. Le gustan los pájaros. Siempre juega a correrlos. Sabe subirse a los árboles, como yo. ¿Vos sabés subirte a los árboles? —preguntó la hormiga.
—Nube. Flor. Nube. Flor. Nube. Gato —repetía Amadeo. 
 —¿Con quién hablás Amadeo? —preguntó Papá desde la ventana.
—¿Cómo te llamás? —le preguntó Amadeo a la hormiga.
—Hormiga —contestó la hormiga.
—Hablo con Hormiga, Papá —dijo Amadeo pero Papá no lo escuchó porque Amadeo lo dijo con su pensamiento.
Papá se acercó a la hamaca llevando un vaso con jugo de naranja y un chorrito de limón, que es como a Amadeo le gusta. Él bebió rápido el jugo y dejó en el vaso unas gotas para Hormiga.
—Para Hormiga —dijo dejando caer una gota, solo una, en el dedo gordo del pie.
Papá estiró la mano para acariciarlo. Amadeo saltó de la hamaca y la mano de Papá quedó suspendida en el aire como un pájaro. 
Tu papá es bueno, dijo Hormiga y Amadeo no dijo nada.
Tu papá hace rica limonaranjada, dijo Hormiga y Amadeo no dijo nada.
Tu papá quiso acariciarte, dijo Hormiga y Amadeo dijo: No me gusta que me toquen. 
Si me tocan me pincha. 
Si me tocan me duele. 
Si me tocan me arde. 
Si me tocan grito.
—Yo te estoy tocando. Estoy parada en tu dedo gordo —dijo Hormiga sorbiendo de a poco la gota de limonaranjada. 
—Estar parado no es tocar, es estar parado, como los árboles y los rascacielos; o las montañas —contestó Amadeo.
—¿Con quién hablás? —volvió a preguntar Papá acercándose a Amadeo, que otra vez estaba sentado sobre el pasto. 
—Con Hormiga, ya te dije Papá.
—¿Tenés un amigo invisible?
 —Invisible no. Es una amiga colorada —dijo Amadeo con toda la voz y señalando su dedo gordo.
Papá vio a Hormiga y creyó que picaría a Amadeo así que la empujó soplando con suavidad. 
Hormiga voló empujada por el soplido de Papá y cayó despatarrada sobre el pasto. 
La gota de limonaranjada también voló, cayó sobre las antenitas puntiagudas de Hormiga, se rompió, y Hormiga se bañó con el jugo.
Amadeo rió y Papá rió. Hormiga no, porque las hormigas no ríen. 
Papá se sentó junto a Amadeo.
—Este suelo pica —Amadeo se rascó la pierna, después, deslizó su mano haciendo caminar los dedos sobre el pasto—. Mirá Papá, mi mano es una araña.
Amadeo acarició los dedos ásperos de Papá, y volvió a rascarse la pierna.
Las estrellas son de caramelos de menta, dijo Hormiga.
El sol es de limonaranjada, dijo Amadeo. 
Y la luna de arroz con leche, dijo Papá con una gran sonrisa.

Marianela Alegre

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